Con la excusa de la
boda de
Jorge Díaz de Losada,
tio de Cristina, hemos pasado el fin de semana en Santander. Pero yo, aunque muy agradecido por la boda,
tenía otro oscuro motivo para el viaje, digo oscuro, por que no lo compartí con ella, hasta que no llegue a mi destino. Una cuenta pendiente con el pasado.
Palacio de Guevara
Nos alojamos la primera noche en el Palacio de Guevara , en Treceño, una típica casona-palacio montañesa que data de 1713. Se encuentra asentado sobre una torre medieval, que hace de él un edificio único. El edificio, que perteneció a Fray Antonio de Guevara, filósofo de su época, y en el que pernoctó Carlos V, ha sido cuidadosamente restaurado con materiales nobles (piedra y madera), respetando su estructura original. Una maravilla que recomiendo.
Como muchos gaditanos, toda la familia por parte de mi abuela materna,
es oriunda de
Santander, conocidos en Cádiz como “chicucos” o “montañeses”. Muchas son las historias y anécdotas que de chico y subido a su regazo, me contaba mi bisabuelo sobre la Montaña. Tengo grabada su
imagen típicamente montañesa, delgado, sus mas de dos metros de altura, con su boina, su acento del norte que nunca perdió. Así, tanto
los Vélez,
como los Sánchez-Cosio,
hunden sus orígenes en
la Cantabria mas profunda.
Una vaca Tudanca, se pasea placidamente por las calles de Barcena Mayor
Con un poco de resaca por el abuso del agua tónica con Beefeater durante la boda, el domingo partimos de Cabezón de la Sal, atravesando el fantástico valle de aproximadamente 20 Km. Adentrarme en el Valle de Cabuérniga, es adentrarme en mi pasado, un pasado muy lejano, y a la vez muy cercano. Cruzando una y otra vez el Río Saja, fuimos pasando muy lentamente por los pueblos que aparecen en el camino Ruentes, Barcenillas, Valle, Terán, Renedo. Hasta coger el desvió a Barcena Mayor, donde disfrutamos de un impresionante cocido montañés a orillas del río Argonza (principal afluente del Saja), el cual me recordo mucho a la berza gaditana, por lo que no me extraña que la berza tenga su origen en el cocido montañes . De vuelta a Santander, impresionado por la impactante belleza natural de los paisajes, me intentaba hacer una idea de lo duro que seria la vida de aquel valle en el s. XIX, cuan no seria la miseria, para que tantos jóvenes casi niños, empujados por las extremas condiciones de vida, emprendieran un largo viaje para acabar en la, por aquel entonces, prospera Cádiz. Legaban de aprendices de otros comerciantes montañeses ya asentados. Ni domingos ni fiestas. La triste esclavitud de los internos del comercio. La familia, lejos, en el valle . Siete, ocho años sin verlos. De la tienda, al reemplazo, y una vez se licenciaban, sólo entonces, aquellos muchachos que vinieron a Cádiz de calzón corto, acudían a la Montaña a ver a sus padres. A los hermanos no los conocían, habían nacido en su ausencia; a sus padres no los reconocían. Que del valle salían niños y volvían hombres de veintidós años. Para llegar a ser viejos chicucos ennoblecidos por el trabajo.
Casa Montañesa
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